El fantasma que me amaba by Naiara Tavira

El fantasma que me amaba by Naiara Tavira

autor:Naiara Tavira
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Juvenil, Novela, Romántico
publicado: 2018-03-16T07:55:23+00:00


CAPÍTULO 14

A la mañana siguiente me desperté con un fuerte dolor de garganta y estornudando más de la cuenta. Me había resfriado, y no solo eso, sino que me sentía muy débil y con malestar general. Fui a donde mi madre guardaba los medicamentos en busca del termómetro y descubrí allí dentro una cosa… ¡Era una pequeña llave! ¿Sería la que abriese el candado del diario? Era prácticamente imposible, pero… Probé y, para mi sorpresa, el candado se abrió. Me volví a la cama fascinada, con el mismo malestar pero perpleja por haberla encontrado; abrigándome de nuevo, me puse a ver qué contenía el diario.

Lo abrí por una página al azar, y ponía lo siguiente:

«04/02/2017

Hoy ha sido un día largo de trabajo, pero sus besos, su pelo, su mirada, todo eso me ha consolado. He podido hablar con ella y me ha dicho que le importo. Eso hacía mucho tiempo que no me lo decía nadie, y me he sentido el hombre más maravilloso del mundo, aunque yo siempre estaré en segundo lugar. Pero me da igual, porque su presencia hace que me sienta vivo, que experimente una vida de colores cuando antes solo había tonos grises.

Ella es perfecta, risueña, divertida, lista, amable, carismática, alegre, guapa… No me extraña que tenga marido, y lo peor es que sé que yo no puedo competir con él: tiene mucho dinero, es apuesto, encantador… Pero también es verdad que le falta algo que tengo yo, si no, no le engañaría conmigo. O eso quiero creer. Ojalá algún día podamos ir por la calle cogidos de la mano sin que nadie nos juzgue. Sería lo que más querría en esta vida, ser el todo de ella y vivir para siempre juntos.»

Al leer eso deduje que tenía una aventura con una mujer. ¿Eso importaba? Me fui tres o cuatro páginas más adelante y seguí leyendo:

«Nuestro amor estaba prohibido por las mismas personas que no supieron amar, las que no supieron entregarse, tal vez por miedo al qué dirán. Pero lo nuestro era tan real que solo con oír el nombre del otro nos surgía una sonrisa que aun así teníamos que ocultar para no desvelar lo que nadie podía ni imaginar. Pero nuestra mirada nos delataba, y aunque nadie se atrevía a mencionar lo que nos pasaba por la mente, seguimos jugando a vernos a escondidas, para que no nos juzgaran; saciábamos nuestra sed de besos y caricias en un lugar oculto al mundo, donde acudíamos cada vez que se daba la ocasión.»

Seguía hablando de lo mismo, de modo que continué mirando más adelante; sentía curiosidad por saber quién sería esa mujer. Al fin encontré el misterioso nombre, que al reconocerlo me descompuso: Carmen, como mi madre; bueno, existía la posibilidad de que no fuese ella, había muchas, y además mi madre era feliz al lado de mi padre. Por otro lado caí en un detalle: ¿qué hacía entonces la llave del diario en mi casa? Sentí una punzada en el pecho al pensar que no era probable, sino seguro.



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